El libro “Coqui Calderón. Una vida de artista” ofrece una fascinante visión de la carrera de una de las más importantes pintoras panameñas. A través de un recorrido por sus diversas etapas creativas, desde sus años de estudiante en París y sus experiencias como joven artista en Nueva York, hasta el esmerado avance de su abundante producción a lo largo de más de cinco décadas en Panamá, la historia demuestra el vigor de una mujer que ha dedicado su vida al arte.
La publicación consta de un ensayo principal y una detallada cronología por la historiadora del arte Mónica Kupfer, así como un interesante recuento biográfico por Olga Sanmartín. Con más de 80 láminas de alta calidad, el libro manifiesta la pasión de Calderón por el color en dibujos, pinturas y esculturas que revelan desde visiones del mundo natural hasta las más profundas contemplaciones personales.
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Sol y trueno:
las estaciones de
COQUI
Cuando Coqui Calderón tenía nueve años, las mujeres panameñas celebraban un hecho revolucionario: corría el año de 1946 y, por primera vez, a ellas se les concedía el derecho a sufragar en las elecciones presidenciales. Por esos días y por varias décadas más, la mujer se preparaba exclusivamente para ser esposa, madre y ama de casa. Maestras, enfermeras o telegrafistas eran destinos de unas pocas osadas que empezaban a ser activas en la economía y eran mal vistas por la sociedad machista.
Coqui no sabía nada de esos asuntos ni tampoco le habrían importado; gastaba su tiempo entre juegos y estudio, con sus hermanos Manuel y Gilberto, y ella habitaba un universo muy particular: una madre norteamericana, Constance Byrd de Calderón (Connie), que había llegado a Panamá huyendo de la Gran Depresión estadounidense en los años treinta y se había casado con el ingeniero panameño Manuel Calderón. Su madre se negó a hablar español de puertas para adentro, nunca aprendió bien el idioma y conversaba en inglés con Coqui, pero la niña le respondía en español. Detrás de esa cotidianidad se escondía la ventana que le abriría a Coqui un mundo de mil colores: “Mi madre no pudo ir a la universidad, solo terminó secundaria, pero ella sentía y sabía que esa, la universidad, era la puerta de entrada al universo real”.
Por el lado paterno, la rodeaban los Calderón, una familia reducida, compuesta por cuatro hermanos (dos hombres y dos mujeres), incluyendo a Manuel, el padre de Coqui, y siete primos que crecieron muy unidos. También se hizo fuerte la influencia de su tío abuelo, el escritor Salvador Calderón; para Coqui, no eran ajenos nombres como el de Rubén Darío o Juana de Arco.
De su padre también aprendió la honorabilidad y la honradez; desde muy joven lo vio batallar en vano con demandas contra las demoledoras maquinarias de la corrupción que le raparon de las manos toda su fortuna para cumplir con un contrato amañado y millonario, destinado a construir un tramo de la vía Panamericana con los gobiernos panameño y norteamericano.
Con una enorme preocupación, Coqui vio cómo su padre enfrentó argucias y artimañas, con escasos recursos económicos entabló demandas que nunca prosperaron y alcanzó la vejez con la esperanza de una justicia que no llegó, haciéndose realidad una de las grandes tragedias de nuestros países: el honrado pierde. Esa fue la primera tormenta que golpeó a Coqui, una adolescente que creía tener su futuro asegurado y de repente supo que no era así. Ella aún recuerda ese episodio con dolor.